Mirando el reloj cada dos minutos, las piernas temblorosas y la mirada perdida en el infinito atasco que tenía por delante. Así empezó la mañana de Sonia. Nerviosa por su primer día de trabajo no quería decepcionar a sus jefes y que su carta de presentación fuera haber llegado tarde. Estaba contenta de empezar una nueva vida lejos de su pueblo, pues acababa de romper con su novio y quería experimentar cosas nuevas.
Con una ajustada falda tubo en color negro y un top de encaje color lila se vistió esa mañana sin saber lo que le deparaba ese día que siempre recordaría. Corrían los minutos y Sonia cada vez se ponía más nerviosa, parecía que nunca iba a acabar la carretera. Llegó 20 minutos más tarde de lo previsto y no podía estar más nerviosa ni temblorosa. Le sudaban las manos y no podía casi ni articular palabra.
- Hola, ¿eres Sonia Vázquez, verdad?
- Sí, sí, soy yo.
- Encantado de conocerte. Yo me llamo Antonio León, hemos hablado por teléfono.
- Sí, claro. Encantada y siento mucho el retraso.
- No te preocupes, es tu primer día.
Antonio acompañó a Sonia por el largo pasillo que llevaba hasta su despacho. Una oficina moderna, todo los muebles eran blancos y estaban impolutos. Le daba buenas vibraciones ese lugar. Llegaron a su despacho y Antonio le pidió que se sentara en el sillón para firmar los últimos papeles.
- Bueno y esto es una cláusula en la que te comprometes a no tener ningún tipo de relación afectiva con ningún compañero de la oficina. Pensarás que es extraño, pero ya nos ha pasado más de una vez y no nos gusta que nuestros trabajadores mezclen vida profesional y personal.
- Está bien, no tengo ningún problema. A mí tampoco me gusta mezclar.
Terminó de firmar los papeles y a punto de salir por la puerta para instalarse en su nueva mesa de trabajo. Antonio y Sonia se cruzaron con un chico de unos 30 años, moreno con los ojos azules. Antonio le presentó amablemente al joven, que resultaba ser su hijo. Sonia se quedó totalmente anonadada con su aspecto y el encanto que irradiaba. Se arrepentiría de lo que acababa de firmar.
Pasaban los días y Sonia cada vez se sentía más a gusto, sus compañeros la hicieron sentir como si llevara allí toda la vida. Su supervisor, Martin, era su confidente y notó la manera en la que Sonia miraba a Marcos, el hijo del jefe, cada vez que entraba en la oficina.
- Sabes que no es un trabajador al uso, ¿no? ? - dijo Martin al pillar mirando impaciente la puerta.
- ¿Quién?
- Pues Marcos.
- Ah, ¿cómo que no?.
- Pues no, es asesor externo. Así que en teoría no está en nómina.
- Y a mí que más me da - dijo Sonia en tono condescendiente.
- Venga anda no te hagas la dura, que todos sabemos que te gusta.
- Cierto - dijo Jonathan desde el otro lado de la mesa.
- Que va, para nada. Yo vengo a trabajar.
- Venga, ¿a quién quieres engañar? - dijo Martín.
Al día siguiente Sonia había elegido un vestido rojo con un escote bastante pronunciado, tanto que no pudo ni ponerse sujetador. Subió como cada mañana al piso número 8, pero ese día subiría con ella alguien especial.
- Hola Sonia, ¿verdad? Soy Marcos, nos presentaron hace unas semanas.
- Sí, encantada. Ya me acuerdo.
A Sonia se le empezaba a erizar la piel de todo el cuerpo, algo que dejaba al descubierto que no llevaba sujetador. Marcos lo notó y sintió una atracción repentina hacia Sonia. No era la primera vez que se saltaba las reglas con una trabajadora de su padre. Ambos tenían la sensación de que los pisos pasaban muy lentos y que el tiempo se detenía, pero si había algo que no cesaba era la atracción entre ambos.
- ¿Cómo se porta mi padre contigo?
- Bien, bien. Me estoy integrando aún, pero no he tenido ningún problema.
- Si necesitas algo, solo tienes que decírmelo. Lo que sea.
Ese 'lo que sea' sonaba demasiado a propuesta indecente. Sonia se dejó llevar y también quiso jugar a su juego.
- ¿Seguro? Te sorprendería lo que puedo necesitar.
- Pocas cosas me sorprenden, soy más de ser el que deja sin palabras.
- Ya veremos - dijo Sonia con una media sonrisa.
- Eso espero.
Y llegó el octavo piso. Ambos se dijeron adiós con una mirada cómplice y comenzaron sus quehaceres. A Sonia este encuentro en el ascensor le hizo tener muchos sueños y fantasías que esperaba que algún día pudiese cumplir. Pero necesitaba el trabajo. Así que debía mantener la cabeza fría y saber cuál era su lugar.
Al volver de comer con Julia y Verónica se encontró una misteriosa nota enganchada debajo de su teclado. La abrió y leyó claramente: "Aseo del sexto piso". Primero pensó que Martin le estaba gastando una broma, pero parecía concentrado en sus asuntos y no esperaba su reacción. Dijo que salía un momento a una llamada importante.
Abriendo la puerta que conducía a los aseos del sexto piso, de repente falló la luz.
- No te preocupes, soy yo - le susurró Marcos al oído mientras la rodeaba por la cintura dejando a muy pocos centímetros su boca de la de Sonia.
- ¿Qué haces? No podemos hacer esto.
- Y aquí estás, venga nadie lo sabrá.
- He dicho que salía a coger una llamada importante - dijo Sonia .
- Pues entonces no nos queda mucho tiempo, ¿vienes?
Sonia se dejó llevar. El deseo que sentía le hacía perder todo tipo de fuerza de voluntad. Sus manos guiándola hacía el lavabo, sus labios se rozaban y Sonia no podía reprimir más sus ganas de cumplir las fantasías con las que había soñado.
Entre susurros se dejaron llevar y los lavabos de aquel sexto piso fueron testigos de una pasión desenfrenada a oscuras. Las ganas y el deseo que ambos tenían no fueron suficientes en esos 25 minutos. Algo más saciados que antes volvieron a la oficina.
Los siguientes días no fueron distintos. Buscaban el momento de apartarse y gozar de su pasión. La oficina empezaba a sospechar, Martin el primero.
- Sonia, cuéntamelo.
- ¿El que? - dijo nerviosa.
- Lo que tengas con Marcos.
- No tengo nada. No nos conocemos.
- Como tu supervisor tengo que advertirte que su padre empieza a hacerse eco de los rumores.
Esto no hizo más que aumentar el morbo de Sonia. Y cada día era más intenso, las manos de Marcos apretando sus pechos, haciéndola llegar hasta lo más profundo de él. No podía pararlo. No quería pararlo. Los lavados del sexto piso se convirtieron en el lugar secreto donde cumplían todas sus fantasías. Hasta que consiguieron cómo hacerlo también en el ascensor, hallando un mecanismo para dejarlo atascado durante un tiempo limitado.
Sonia sabía que necesitaba el trabajo, pero Marcos le hacía llegar donde nunca antes había llegado. Se sentía más entera y quiso creer que era algo que iba a poder hacer siempre. Los domingos la oficina estaba cerrada, pero llamaron a Sonia para una urgencia. La urgencia que había era un Marcos con las llaves de la oficina y dos amigas más.
En un momento todos los escritorios, las sillas, estanterías y muebles se volvieron testigos de lo que ocurrió entre esas paredes. Una Sonia extasiada gozó como nunca antes, cuando pensaba que Marcos no la haría llegar más arriba.