Florian estaba agotado, el día en el trabajo había sido muy estresante y lo único que quería era llegar a su casa, descalzarse y quitarse la corbata y la camisa. Sin embargo, y pese a que quería llegar lo más pronto posible, tuvo ganas de tomar el tranvía que empezaba su ruta en la Praça do Martim Moniz. Desde que llegó a Lisboa, hace ahora siete años, le habían gustado sus tranvías, le recordaban a su vida en Leipzig. Era un caluroso día de mayo y el sol todavía deslumbraba en esa agradable tarde.
Tras sentarse en uno de esos pintorescos asientos de madera, decidió mirar por la ventana. Era otra de las cosas que más le agradaba de viajar en tranvía, ver el bullicio de la gente como si él fuese una presencia invisible. Empezó a moverse el tranvía, el camino era largo pero por esas vistas valía la pena. Fue después de unas cuantas paradas cuando le vio entrar. Era un hombre mucho más joven que él, de cabello moreno y una mirada muy penetrante que iba vestido con una camiseta azul marino, que resaltaba su hermosa piel morena. El chico se situó en un asiento delante de él y miró por la venta y Florian, dubitativo, le miró directamente y éste, de manera desvergonzada, se giró y le devolvió la mirada.
Se miraron fijamente, sin pestañear, durante un buen rato. En ese trayecto en el que la gente entraba y salía sin percatarse de lo que estaba ocurriendo en el tranvía, el chico le sonrió y Florian le devolvió la sonrisa, a sus 50 años estaba lejos de aparentarlos. Era un hombre que practicaba deporte, tenía un porte elgante y unos cabellos rubios que combinaban muy bien con las canas. El joven moreno frunció los labios discretamente en lo que parecía un amago de dar un beso al aire, algo que percibió Florian. El chico bajó la mirada hacia la zona del pantalón y volvió a mirarle directamente a los ojos sonriendo sensualmente.
Hacía tiempo que Florian no sentía esa sensación de aventura y sonriendo, vio cómo el joven veinteañero se levantaba para abandonar el tranvía en la siguiente estación. Éste miró a Florian de hito en hito varias veces, como invitándole a seguirle. Sin ni siquiera fijarse en que parada estaba, Florian bajó del tranvía siguiendo a ese joven. Se sonreían mientras caminaban juntos en dirección al mirador de Santa Luzia, que tenían unas preciosas vistas a toda la ciudad y era el lugar favorito del joven. Tras un largo rato y viendo que no había nadie cerca, el misterioso chico le habló.
- No esperaba encontrarte, Florian.
- Yo tampoco, Daniel.
- ¿Hace cuánto tiempo? Casi un año, ¿no?
- Sí, en un mes será justo un año.
Daniel se apoyó en uno de los pilares del mirador mientras pensaba que ese reencuentro significaba algo que ahora no podía descifrar. Por eso, el joven volvió a sonreírle a Florian.
- Sigues trabajando para esa corporación suiza, ¿no?
- Sí, aunque ahora estoy en un puesto de mayor responsabilidad.
- O sea, que siempre estás ocupado.
- Bueno, jejeje, sí, un poco. -Dijo Florian algo cortado bajando la mirada.
- Sabes, en todo este tiempo te he echado de menos. -Comentó el joven moreno acercándose al maduro interesante.
Florian lo notaba más cerca, no quería resistirse. La verdad, Daniel había sido la aventura que más tiempo le duró, cuatro años y ciertamente, quería sentir de nuevo ese cuerpo mediterráneo entregándose a él. El joven se situó delante de él, le sonrió, y comenzaron a besarse. Primero, tímidamente, para poco a poco intensificar la presión de sus labios. Sus lenguas empezaron a juguetear y el tiempo pareció pararse. Florian se sentía de nuevo lleno de placer, volver a besar a su joven antiguo amante le recordó un mundo lleno de caricias y pasión.
- Sabes, yo también te he echado en falta. -Dijo Florian.
Sonrieron de nuevo y volvieron a besarse. Había que celebrar este reencuentro por todo lo alto. La pareja abandonó el precioso mirador para ir hacia el apartamento que tenía Daniel cerca de la zona. Iba a ser la primera vez que Florian haría el amor con él en su casa, puesto que antes el joven vivía con sus padres.
Subieron rápidamente al ático del joven que tenía un aire acogedor, como de otra época, ideal para el gusto de Daniel. No perdieron el tiempo, tras descalzarse, el chico empezó a besarle de nuevo a ese hombre maduro de muy buen ver. Se sentaron en el sofá y empezaron a desnudarse. El joven le quitó a Florian esa corbata que tanto le aprisionaba al principio de la tarde y a desabrochar cada botón con rapidez. Pronto esa camisa dejó a la vista unos pectorales muy cuidados, con un hermoso vello rubio. El hombre maduro le quitó a Daniel su camiseta, dejando a la vista un torso esculpido por el deporte y con un bronceado mediterráneo que provocó que el hombre tuviese una erección más dura que la ya tenía desde que dejaron el mirador.
Sin perder el tiempo se deshicieron de sus pantalones mientras sus erecciones quedaban prisioneras en los bóxers. Siguieron besándose apasionadamente, se cayeron del sofá rodaron por el suelo mientras se entregaban al placer. Se miraron de nuevo, era fascinante, no habían perdido la química pese a todo ese tiempo. El joven se levantó y se quitó el calzoncillo, dejando a la vista una generosa verga bien endurecida, más morena que él y sin circuncidar. Eso excitó enormemente a Florian y le trajo muchos recuerdos mientra sentía entre sus labios el tacto del miembro del chico. La lengua de Florian jugueteó con el glande, para poco a poco acabar introduciéndose el pene entero de Daniel en su boca. El joven disfrutaba de ese placer. La boca del alemán abandonó el pene del portugués y empezó con sus testículos mientras con una mano le masturbaba suavemente.
Daniel llevó al maduro teutón a la cama, se volvieron a mirar mientras se besaban sonriendo, el joven portugués le quitó esos calzoncillos a Florian, dejando a la vista un pene rosado, circuncidado y deseoso de tener una boca rodeándolo. El chico empezó a lamer desde los testículos hasta el glande, eso hacía vibrar al hombre maduro. Tras repetirlo unas cuantas veces, la boca fue poco a poco cubriendo el pene de su antiguo amante, lo que le recordó el sabor que le conquistó el corazón hacía ya cuatro años y que ahora volvía a experimentar de nuevo.
Florian redescubría sensaciones que creía perdidas, era maravilloso volver a sentir su boca de nuevo. Pero el alemán quería más y girando su cuerpo debajo del de Daniel, sus labios empezaron a acariciar, de nuevo, el pene del joven hasta que poco a poco se lo introdujo entero en la boca. Se devoraban los penes mientras con sus manos se recorrían sus respectivos cuerpos. La fusión de esa piel morena con la piel blanca germánica de Floria les excitaba a ambos enormemente.
Después de entregarse a ese placer, el joven dejó su postura y se sentó a horcajada sobre Florian mientras se miraban a los ojos, se acariciaban el pelo y se besaban de nuevo mientras sus pectorales se tocaban y sus penes se rozaban.
Y fue cuando Florian se giró y puso a Daniel encima de él. Siguieron besándose durante un largo rato. Después el alemán dejó el cuerpo del portugués. Sentado de rodillas, Florian veía el cuerpo de su joven amante que le miraba pletórico de felicidad y de placer. Tras ello, Florian tomó las piernas del muchacho y las alzó hasta llegar al trasero de Daniel. Tras mirarle de nuevo, los labios del maduro besaron esa entrada al placer que tenía el joven. Con su lengua, Florian trazaba círculos alrededor de ese punto oscuro para introducir la punta de su lengua dentro de él.
Florian se deleitaba con el sabor de Daniel. El joven disfrutaba de ese placer que le estaba otorgando el maduro alemán. El alemán paró un segundo, para después volver a entrar con su lengua en esa fuente de placer. El portugués gimió dándole a entender que quería más, eso provocó que uno de los dedos de Florian empezase a acariciarle ese punto oscuro. Tras las primeras caricias, el maduro interesante le introdujo cuidadosamente uno de sus dedos. El atractivo joven sintió como dentro de él empezaba a crecer un placer más intenso.
Cuando Daniel empezó a gemir más, Florian supo que era el momento. Abandonó su dedo del cuerpo del joven portugués para que su lengua volviese a darle placer. Tras ello, el chico estaba listo para entregarse completamente a la lujuria. Poco a poco, el alemán fue penetrando a su joven amante. Daniel sintió cómo un placer aun más intenso le invadía. El hombre maduro empezó a moverse más rápido mientras que con sus labios recorría cada punto de los pectorales del joven. Volvieron a mirarse, ambos sonreían de placer y felicidad, entonces se besaron apasionadamente mientras hacían el amor.
Florian penetraba con mayor fuerza a Daniel, ambos estaban entregados al éxtasis de ese reencuentro. Llegado el momento, Florián no quiso retardar su orgasmo e inundó al joven mientras Daniel esparcía el suyo por todo su cuerpo.
Embriagados de placer y felicidad, los amantes sudorosos se miraron y volvieron a sonreír mientras se besaban dulcemente. Abrazados, juntaron sus cuerpos desnudos y se convirtieron en uno, de esa forma, durmieron más allá del atardecer.
Florian se despertó, todavía estaba desnudo en la cama de Daniel, y se dio cuenta que el joven le había cubierto con una sábana. Notó que no estaba. De repente, escuchó unos pasos. Era Daniel vestido con un albornoz y con dos copas de vino en sus manos. Tras ofrecerle una a Florian, se sentó en el borde de la cama.
- ¿Qué tal has dormido?
- Hacía tiempo que no dormía de manera tan plácida.
- Es casi de noche, homem dos meus olhos.
Tras dar un sorbo a su copa de vino, Florian se levantó de la cama. Ambos se vistieron y charlaron durante un largo rato. El joven le contó que estaba estudiando un máster y que estaba trabajando en el Museo de Arqueología de Lisboa. Llegó el momento de la despedida, el joven intuía que ya no volvería a ver a Florian, que sólo fue un instante para recordar aquellos buenos momentos.
Florian se puso la chaqueta y cuando iba a salir por la puerta, se giró y miró al chico.
- Esto... Daniel, ¿te apetecería tomar algo conmigo el martes?
Entonces el joven le miró y sonrió.