Crucé la puerta de la cabaña con todo el material preparado. El juego ya estaba encendido en una gran hoguera, así que en unos pocos segundos se me pasó el frío que sentía al salir al exterior descalza, sólo vestida con un vestido de seda color rojo intenso. Las noches de otoño ya eran frías, y el suelo estaba mojado, pero el tamaño de las llamas generaba un calor que pronto me envolvió como una sábana cálida. Aun así temblaba, era mi primera noche del ritual, la noche de Halloween, faltaban 10 minutos para las 3 de la mañana y había estado toda la noche esperando con ansiedad.
La hoguera había sido preparada por mis compañeros y compañeras, que ya habían finalizado. Yo les miré mientras lo hacían, tras la ventana, pero ellos y ellas no parecían estar en el mismo estado de consciencia que yo. Más bien habían entrado en una especie de trance mientras las brujas a las que habían invocado les poseían, sexual, pero también mentalmente. Ahora se encontraban sentados en el suelo, sonrientes, exaltados, algunos desnudos y otros con la ropa a medio quitar. Con arañazos en los brazos y espalda, y algunos quisieron continuar el frenesí manteniendo sexo entre ellos. Cada año, en la noche de Halloween, quienes aún creíamos en la noche de Brujas nos acercamos al círculo sexual que cada año se forma en esta tierra encantada. Yo no había participado nunca, pero esta primera experiencia quería que fuera la más intensa. Me habían llamado loca y atrevida, había quien aseguraba que no saldría viva de ella, que otras se habían ido con él para siempre, mientras que otros tenían fe en la llegada de las brujas, pero no de aquel al que llamaban el señor de negro, pensaban que era un mito. Os aseguro que no.
Mientras llegaba la hora, cerré los ojos y comencé a recitar el conjuro. Estaba en una lengua que no conocía, pero me lo había aprendido bien. Lancé al fuego poco a poco algunas hierbas, y unas bolsas con diferentes materiales que había recopilado, nada fáciles de hallar. Abrí los ojos y comencé a bailar alrededor de la hoguera, cantando, mientras me embriagaba el olor que había adquirido el humo de las llamas. Estaba emocionada, extasiada, temerosa, pero dispuesta. Pronto empezó a surgir en mí una risa como nunca la había sentido. Me reía cada vez más alto, con los brazos abiertos, no sé aun decir por qué, no tampoco pensaba en que estuviera entrando en un estado de consciencia nuevo. Sólo me reía y reía, pero no sentía nada.
De manera repentina, paré de reír. Lo notaba: mi cara pasó de la más amplia sonrisa a una mueca seria, con los ojos fijos al fondo. De entre los árboles vi aparecer una sombra, una silueta humana, masculina. Llevaba un sombrero de copa, una chaqueta larga hasta las rodillas y un bastón, como si viniera directamente de la época victoriana. A medida que se acercaba, y sin que pudiera ni tampoco quisiera separar mis ojos de él, o eso, me fijé en que llevaba unos guantes negros de cuero, unas gafas de sol pequeñas y alrededor de su boca dejaba ver una perilla. Las partes de su cara que no estaban tapadas por la sombra dejaban ver unas facciones realmente bellas, quizá fruto de un engaño para no dejar ver un aspecto espectral. Lo que pude apreciar es que ya no había nadie más a mi alrededor, se habían esfumado. O no les podía ver, no estaba segura, pero lo prefería así.
Él también me miraba, vino hacia mí rodeando lo que nos separaba de la hoguera y comenzó a caminar alrededor mío. "¿Así que tú me has llamado esta noche?", me dijo con voz grave, lenta, cálida y susurrando. Sus pisadas en el suelo también eran serenas, pausadas, y conseguían relajar todos mis sentido. "¿Merece la pena haberme despertado para esto?" continuó sin dejar de caminar en círculos ni quitándome ojo. Sabía, porque me lo había advertido la mujer, que me pondría a prueba, que intentaría ver si estaba dispuesta de verdad, aunque en verdad él ya sabía lo que pasaba por mi mente. Pero le gustaba jugar, y eso a mi me excitaba. Sabía que mis sentidos no me engañaban, que no era parte de su embrujo, porque conocía perfectamente esa sensación. Así que, sin decir nada, agarré mi fino vestido por el escote y tiré de él para arrancármelo. Lo hice con fuerza, con furia, lanzando un gemido por el esfuerzo que me estaba suponiendo, y tiré de las fibras hasta que quedó totalmente abierto y dejé que cayera al suelo, quedando yo totalmente desnuda. En medio de la noche, el bosque, el barro, el aire, el frío, pero tapada por el calor del fuego. "Sí..." le oí decir en mi oído, sintiendo también su excitación.
Se quedó justo quieto detrás de mí. Seguidamente, empecé a notar el tacto del cuerpo en mi cuello, colocando dedo a dedo y apretando ligeramente. Yo relajé el cuerpo, gimiendo de nuevo, y entonces noté su cuerpo tocando con el mío, frío y cálido a la vez. No sabía cómo, pero su ropa había desaparecido, todo menos sus guantes, y estábamos los dos desnudos, rozándonos piel con piel. Bajó la mano por el resto de mi cuerpo, acariciándome entera, mientras me penetraba, primero manteniendo su ritmo pausado, pero incrementándolo poco a poco. No le sentía respirar, porque no había aliento en él, pero sí gemía, junto a mi oído. Si bien la sensación de excitarme había sido totalmente humana, lo que experimentaba en ese momento no lo era. Era como si al hacer el amor multiplicaran por cien el placer, algo que nunca más podría volver a sentir, pero sólo se que en ese momento no podía pensar en nada más. Me agaché. Gritaba. Él me recorría la espalda con su mano izquierda mientras me sujetaba la cadera con la derecha, siempre con sus guantes. Quería reprimir el orgasmo lo máximo que pudiera, pero no me veía capaz de controlarlo, así que llegó casi sin previo aviso. Fuerte y prolongado, y yo casi no tenía aliento para emitir ningún sonido. Cuando terminó, me temblaban las piernas, así que me dejé caer al suelo, muy, muy cansada, y empezando a tener frío. Me incorporé para sentarme y le vi de nuevo con sus ropajes antiguos, con media sonrisa en su cara, y se agachó. Me besó. Sus labios eran finos y estaban fríos como el hielo, pero no hubiera querido que se despegaran de mi. En realidad no lo hacía, siguió besándome, hasta que me aparté de manera abrupta, ante el temor de que, como decían los rumores, pudiera quedarme allí para siempre. Volvió a sonreir, se incorporó, tomó su bastón y se dispuso a caminar otra vez hacia las sombras.
Las personas de mi alrededor aparecieron de nuevo, y yo me unía, así, a ese festival de desnudos, excitación y extenuación. Tardé casi una hora en decidirme a levantarme, con una sensación de no saber si lo que había vivido era real o no. Incluso de si me traería consecuencias en el futuro. Corrí hacia la cabaña, me puse la ropa que había dejado preparada y comencé a escribir el relato de una noche de Halloween de sexo con el hombre de negro.