Los celos, la sensación de pertenencia sobre la otra persona, la dominación de un miembro de la pareja sobre otro... Hay quien llega a ver en estas situaciones una muestra de amor supino. Un amor tan sumamente grande que hace que controlar al ser amado se convierta en una obsesión y deje, precisamente, de ser una muestra de amor para ser todo lo contrario.
Comportamientos tales como espiarle los mensajes y llamadas del móvil, insistir en saber dónde está y con quién, si se retrasa unos minutos o prohibirles verse con determinadas personas, sean familiares o amigos, son un claro ejemplo de una tendencia controladora que es considerada como violencia de género. Sin embargo esta manera de controlar a la pareja no está visto por parte de la sociedad como un problema de violencia de género, sino como una actitud normal de alguien enamorado que quiere saber y hacer todo con su pareja. Ni siquiera se considera obsesión.
La percepción de los jóvenes
Días atrás saltaron las alarmas al descubrirse, tras realizar un estudio en España, que un tercio de los adolescentes veían como una actitud normal el controlar los movimientos de su pareja. Incluso creen, según los datos recabados, que es inevitable no actuar de este modo.
Se trata, según los expertos, de una forma de justificar un tipo de violencia de género que hasta ahora parecía que estaba algo oculta. Y no sólo de justificarla, sino que a tenor de lo recabado en las encuestas se puede entender que practicarían esta obsesión por controlar a su pareja de forma normal. En el pasado, en el presente y en el futuro. Esto puede suponer, a nivel de la sociedad, que a pesar de todos los avances en cuanto a concienciación e igualdad entre el hombre y la mujer alcanzados en los últimos años no hayan sido tantas las mejoras como nos pensábamos.
El hecho de ver como algo normalizado el controlar los movimientos de tu pareja -y de cualquier otra persona- y considerar inevitable no cotillearle los mensajes del móvil es un retroceso en cuanto a la equiparación entre hombres y mujeres conseguidos en los últimos años.
Control del hombre hacia la mujer
Lo que ocurre en cuanto a ver normal controlar a tu pareja es lo mismo que pasa en la mayor parte de casos de violencia de género. Ésta se aplica de hombres a mujeres, siendo menores los casos en que funciona al revés o entre parejas del mismo sexo.
Los hombres pueden controlar a quien ve su mujer, dónde va y qué tipo de trabajo tiene. Sin embargo la situación contraria, en que sea la novia o mujer la que opine, decida y mande sobre lo que hace su chico o marido no se aprecia apenas. En todo caso se considera, de manera despectiva, como una actitud propia de una persona celosa.
En este sentido es especialmente preocupante el que las mujeres vean como normal ese control del que hablamos, al ser las que lo 'sufren'. De seguir en esta situación resultará más complicado erradicar la percepción de este tipo de actitudes, dado que las propias víctimas no son conscientes de que se está perpetrando un abuso de sus parejas hacia ellas, sino que creen que es algo normal e incluso pueden estar satisfechas porque es una muestra del amor que les profesan y la preocupación que sienten por lo que les rodea.
Al fin y al cabo lo que se viene a confirmar con un actitud como esta es que el hombre es superior a la mujer y que como tal es el que tiene que tomar las decisiones, tanto las que le afecten a él como a ella. Esto supone un retroceso de más de un siglo en nuestra historia, volviendo a aquellos tiempos en que las mujeres necesitaban el permiso de su marido para poder trabajar.
Los celos, ¿enfermedad o amor extremo?
Tiempo atrás se consideraban los celos como una muestra del amor cuasi infinito que una persona le profesaba a su pareja. Incluso se pensaba que el hecho de que alguien se pusiera celoso era porque realmente amaba a su mujer o a su hombre. Los celos tenían un detonante positivo, por así decir, en la relación. Todo lo contrario.
Además se trata de una actitud que no siempre es fácil de controlar. Uno puede sentir celos de un compañero de trabajo de su pareja, pero también del vecino al que le ha tocado la lotería. Los celos son irracionales y no son buenos. Cuando son a pequeña escala se pueden controlar, por lo que tampoco suelen causar conflictos.
La problemática la encontramos cuando se convierten en una obsesión, en una enfermedad. Los celos por la pareja pueden llevar a controlarla, a seguirla, a interrogarle sobre lo que hace. Y eso no es una muestra de amor, ni grande ni pequeño. Se trata de una muestra de sensación de pertenencia. De que la otra persona no tiene que tener libertad para decidir si ésta no va acompañada del beneplácito de su pareja.
Los celos resultan perjudiciales para los dos miembros de la pareja. Uno porque siente que su libertad es coartada y que tiene que andar con pies de plomo para no desatar el malestar en su pareja. El otro, el controlador, llega a obsesionarse con esta situación y el resultado es que el amor acaba por desaparecer porque ninguno de los dos disfruta de la relación.
Las nuevas tecnologías
El controlar a la pareja se consideraba algo del pasado como decíamos, pero hay una serie de factores que pueden explicar que se haya llegado a normalizar esta situación. Antes si uno quería controlar a su pareja debía seguirla, preguntarle e incluso contratar a un detective privado.
Ahora no hace falta. Resulta mucho más fácil saber qué hace y con quién tu pareja. Incluso aunque no quieras saberlo las nuevas tecnologías parece que a veces se empeñan en que lo sepas. Las redes sociales, con sus constantes actualizaciones de estado y 'check-in' te informan de lo que hace tu amor a lo largo del día y con quien ha estado.
Además existen toda una serie de aplicaciones que se pueden instalar y te permiten rastrear en tiempo real dónde está. Eso sin hablar de los programas de mensajería instantánea que ya n os avisan de cuando se ha enviado un mensaje y de cuando la otra persona lo ha recibido y lo ha leído o de la última vez que se ha conectado.
Toda esta clase de supuestas mejoras que nos vienen de la mano de las nuevas tecnologías lo que consiguen es ayuda a alimentar la sensación de que controlar a tu pareja es algo normal y sin darte apenas cuenta puede acabar por convertirse en una obsesión.