La adolescencia supone todo un mundo de cambios para el niño que comienza a hacerse adulto, pero también para su entorno. Viven toda una revolución hormonal y social que, entre otras cosas, suele llevar pareja la aparición de los los primeros sentimientos amorosos, los primeros besos, las primeras relaciones... Es en estos años cuando se vive el primer amor.
Enamorarse es una de las mejores experiencias de la vida y cuando eso se vive por primera vez lo es aún más. Todo es nuevo, todo se magnifica, todo se ve con otros ojos, todo hace que uno se sienta diferente, único y especial. Es un amor tan fuerte que hace que se quede grabado a fuego en la memoria de por vida. Todo el mundo se acuerda de su primer amor, aunque apenas hubiera durado un par de semanas o aunque hubieran pasado 20 años desde la última vez que vio a la que por entonces era su media naranja.
Lo que tiene de especial el primer amor es que todo es nuevo, que es una entrada a otro mundo: el de los adultos, ese del que todo adolescente quiere formar parte, aunque a veces lo haga demasiado rápido. Son diferentes los factores que marcan la transición de niño a adulto, pero nada lo hace como tener una relación. Cuando se tiene significa que ya se es mayor, que se ha alcanzado ese nivel que marca que se ha dejado de ser un niño.
Más allá de la relación
Por eso es que lleva implícitas más cosas que el hecho de tener una relación. Permite que los jóvenes sean conscientes de lo que significa tener una persona especial en su vida, esa con la que compartir confidencias, intimidades y sentimientos y también alguien del que preocuparse. Es algo que va mucho más allá de las amistades que se han tenido hasta el momento.
El primer amor significa tener algo propio, en el que nadie más que la otra persona de la relación puede entrar. Es algo que les compete a ellos, sólo a ellos, y de lo que deben hacerse cargo. No ha de ser vista como una responsabilidad, pero sí como algo que marca el camino a la edad adulta. Por eso, y por la novedad, se tiende a magnificar la relación o relaciones que se viven en la adolescencia.
Un espacio para la intimidad
Supone también encontrar un espacio para la intimidad, algo fundamental teniendo en cuenta que el primer amor suele coincidir con el despertar sexual. El deseo y las inquietudes sexuales son la continuación de los primeros besos ya arrumacos y hacen que la primera vez que se hace el amor con alguien sea tan recordada, incluso más, que el primer beso. Y eso a pesar de que no suele ser una experiencia satisfactoria, precisamente porque no se sabe muy bien qué se tiene que hacer.
El primer amor se ve como algo mucho más serio de lo que es por parte de los jóvenes protagonistas, aunque por lo general los adultos que les rodean tiendan a reducir la importancia. La idea de que será para toda la vida y la necesidad de hacer planes de futuro juntos -cuando ni siquiera se tienen claros los individuales- es algo habitual en una relación de este tipo. Eso a pesar de que la experiencia nos indica que no es un amor para toda la vida y que tiene fecha de caducidad, bastante cercana por lo general.
Formándose la personalidad
La adolescencia es un periodo en que se forma la personalidad y cómo será el futuro adulto de los jóvenes, así que es habitual que lo que se piensa con 13 años no se parezca en nada a lo que se piensa con 18, mucho menos con 33. Lo mismo ocurre con las inquietudes o lo que se quiere hacer con su futuro. Los jóvenes están aún en esa fase de crecimiento, de definirse a si mismos y pueden descubrirse que, en realidad, no es tanto lo que se comparte con el primer amor. O que aunque así sea los planes de uno y otro no son compatibles.
La primera ruptura
Cuando la relación llega a su fin se conoce entonces la primera ruptura, el primer fracaso amoroso. Suele suponer un auténtico drama, por lo que es importante que los jóvenes reciban apoyo y se sientan protegidos por su entorno más cercano. Y saber gestionarlo es tan importante, o más, que saber llevar la relación. No supone el fin del mundo, ni mucho menos que se tenga que romper cualquier tipo de contacto con la que había sido la pareja hasta entonces. Supone un punto y seguido en el currículum de experiencias vitales.
La ruptura ayuda a madurar, a aprender a gestionar unos sentimientos de frustración que probablemente eran desconocidos hasta el momento. Pasar por esto en la adolescencia fortalece al individuo y le ayudará a hacer frente a situaciones similares que pueda vivir en su edad adulta. Al fin y al cabo en eso consiste en ser adolescente, en prepararse para lo que vendrá años más tarde.